En el año de 2006, el titular del Tercer Tribunal Unitario en Materia Penal, Jesús Guadalupe Luna Altamirano, exoneró a Luis Echeverría Álvarez, al considerar que no existía ninguna prueba que lo inculpara como responsable de los hechos ocurridos el 2 de Octubre de 1968, cuando el fungía como secretario de Gobernación. A pesar de ello, en su alegato el Juez determinó que sí hubo genocidio planeado y ejecutado. Es decir, que “el 2 de Octubre de 1968, un grupo de estudiantes fueron eliminados por motivos políticos”.
Si Luis Echeverría, ya fue exonerado, entonces, ¿a quién inculpar por este genocidio planeado y ejecutado en la Plaza de Tlatelolco? ¿Quiénes fueron los autores y quiénes los cómplices de este genocidio? A cuatro décadas de estos sucesos, lo único que tenemos como certeza es que hay culpables sin castigo, y decenas de muertos a los cuales la incipiente democracia nuestra no ha hecho justicia.
Los crímenes del 68 no pueden quedar en un pasado irresuelto, operando constantemente sobre nuestro presente; como sociedad estamos obligados a reflexionar sobre la tesis del Juez español Baltasar Garzón, quién al referirse al caso de Argentina, menciona: “Que la obediencia debida sea un valor legitimado por la palabra del derecho es la mejor forma de permitir la repetición de las prácticas genocidas”.
Hacer memoria es hacer política, por ello, para esta sociedad que se resiste al olvido, cuatro décadas de impunidad deben traducirse en una sola palabra: ¡Justicia para los caídos del 68!
Así como el régimen posrevolucionario adquirió una deuda con los campesinos que dieron su vida en la Revolución de 1910 -que por cierto, sigue sin saldarse- los gobiernos actuales, producto de la alternancia política, alternancia que solo es posible bajo un sistema democrático, tienen una deuda con el Movimiento del 68.
Con la alternancia política llegó el Partido Acción Nacional al poder, y es este partido y su gobierno el que tiene esta responsabilidad de saldar esta deuda histórica.
El movimiento estudiantil de 1968 fue un momento de ruptura. La juventud mexicana reaccionó contra el fracaso posrevolucionario, cuya política esencial nunca fue suficiente para cumplir con sus propias divisas: justicia, libertad, democracia.
Gracias al Movimiento del 68, el sistema político mexicano observó signos de apertura; la democracia como forma de vida y no sólo como retórica, inició un camino de posibilidad, con la reforma política de 1976; la eclosión de la pluralidad y heterogeneidad de la sociedad mexicana producto de los movimientos políticos de 1986 y 1988; la definitiva reforma de 1996 y la consolidación del Instituto Federal Electoral.
Con estos cambios, el autoritarismo, la injusticia y las palabras huecas del régimen del Partido de Estado, parecieron encontrarse seriamente en entredicho. Hace cuarenta años, México se derrumbó, un México autoritario y paternalista se vino abajo, gracias a una juventud que no se resignó a seguir el curso del viejo régimen.
Por eso pregunto al Partido Acción Nacional, ¿están ustedes dispuestos o no; no con discursos, sino con actos de gobierno, a hacer justicia al Movimiento del 68? ¿Puede ser ese, su compromiso el día de hoy, para conmemorar cuarenta años de resistencia y de lucha contra la impunidad? ¿O tendremos que esperar al 2012 o al 2018 cuando de nueva cuenta, se de, la alternancia por la vía democrática?
1968 fue también el tiempo de la izquierda, de una izquierda revolucionara, ciertamente; comprometida con la denuncia de las promesas incumplidas y con el desenmascaramiento de una nueva alianza entre los herederos políticos de la revolución y el conservadurismo oligopólico que durante tantos años ejerció un control férreo sobre el país; una izquierda joven, activa, creativa y contestataria, que tuvo la osadía de tomarle la palabra a un régimen empeñado en la simulación y en las apariencias; un régimen que ni por equivocación podía autodenominarse democrático. La Dictadura Perfecta, mencionó alguna vez, el escritor Vargas Llosa.
Sin embargo, como izquierda, también tenemos una deuda con el Movimiento del 68: una deuda que tiene que ver con el hacernos cargo, del actual déficit democrático en el que vive nuestro sistema político. Desterrar de una vez por todas el clientelismo y corporativismo de nuestras instituciones políticas; el charrismo y la corrupción de las instituciones sindicales. En pocas palabras, desterrar las transacciones que todavía se realizan con el viejo régimen político.
No, no es suficiente un discurso de izquierda, no es suficiente luchar contra la desigualdad y contra la discriminación. Requerimos de una práctica política comprometida de verdad con la democracia.
El movimiento estudiantil del 68, se rebeló contra el viejo régimen para acabar con el autoritarismo revolucionario; en pocas palabras para iniciar nuestro tardío arribo a la construcción de ciudadanía. ¿Qué ha hecho la izquierda, sino ser cómplice del cierre de espacios de participación ciudadana?
En los últimos cinco años, la izquierda ha hecho un triste papel, al votar reformas electorales que limitan la pluralidad y gobernabilidad democrática. Reformas que se traducen en un precario sistema de partidos. Cómodamente instalada en la repartición del poder, la izquierda partidista ha perdido contacto con la ciudadanía. ¿Será capaz, esta izquierda, de recuperar el rumbo hacia una sociedad más democrática y con ello dar continuidad a lo que inició el movimiento de 68?
Y sin embargo, el movimiento del 68 significó no solo una revolución política; significó, sobre todo, una revolución cultural. Para las mujeres mexicanas el 68 fue un parteaguas: el inicio de la emancipación. Para nosotras significó, por primera vez, vivir la experiencia de la libertad y la igualdad, aunque fuera sólo por unos cuantos meses. Por primera vez, hombres y mujeres salieron a las calles para reclamar la democratización, no sólo del régimen político sino también de nuestra sociedad. Esa fue la señal, y muchos la comprendieron y la respaldaron, dando a la sociedad mexicana la posibilidad de, por primera vez, verse entre pares. Junto con el 68, llegaron también, para quedarse, la píldora y el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y sobre nuestras vidas. Las diversas manifestaciones generalmente de corte político y profundamente contestatarias que se derivaron de la participación política de las mujeres en el movimiento del 68; han tenido repercusiones importantes: en la década de los 70s el machismo empezó a ser cuestionado como parte “natural” de la identidad masculina del “mexicano”, para ser considerado como una de las dimensiones de la discriminación de género. En las ultimas tres décadas del siglo XX el movimiento feminista y el movimiento amplio de mujeres en México desarrolló diversas estrategias para avanzar en su agenda. Desde los años 70 se intensificó de manera gradual y con mucha creatividad la participación de las mujeres en el espacio de lo público. Este contexto favoreció que en 1974 se reformara el Artículo 4º de la Constitución mexicana, el cual garantiza la igualdad del hombre y la mujer ante la ley y; libertad sexual y reproductiva.
También fue un contexto propicio para que a finales de esa misma década, en 1979, el Frente Nacional de Lucha por la Liberación y los Derechos de las Mujeres (FNALIDM) junto con la Coalición de Mujeres Feminista elaboraran el Proyecto de Ley sobre Maternidad Voluntaria que el Partido Comunista Mexicano presentó ante esta Cámara de Diputados. Este proyecto no prosperó, sin embargo, con estos hechos jurídicos y culturales las mujeres mexicanas pudieron acceder paulatinamente al control de su fecundidad y a un ejercicio más libre de su sexualidad. Hoy a cuarenta años de ese movimiento que revolucionó la vida de las mujeres mexicanas y habiendo avanzado en la conquista de nuestro derecho a decidir, queremos rendir un homenaje a las mujeres del 68.
El movimiento de 1968 nos abrió una puerta hacia la democracia, hacia la igualdad y hacia la no discriminación, pero nuestra actual clase política sigue renuente a cruzar el umbral. Una clase política que ignora sus deudas con el pasado. Una clase política que es incapaz también de conmoverse con el presente. Conmoverse, por ejemplo, ante la muerte de Ramiro Guillén Tapia, dirigente campesino popoluca, quien en un acto de desesperación, se prendió fuego ante la mirada indiferente de las autoridades de Veracruz. Ramiro Guillén Tapia, es una metáfora, una metáfora del México actual que se desmorona frente a la mirada indolente de una clase política que se compromete solo con ella misma.
En cambio, una sociedad civil cada vez más vital y participativa, busca, fuera del sistema de partidos, avanzar hacia el futuro sin olvidarse de saldar cuentas con su pasado. Ojalá que la izquierda este a la altura para ir a su encuentro. Muchas Gracias!
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